Columna semanal del P. Maxi Turri: Adultos, más que grandes

La democracia, que tanto nos costó alcanzar como país y sociedad, la debemos cuidar y continuamente reflexionar qué significa para nosotros. Vivir en un estado de derechos, que la constitución nos rija como elemento esencial en el que nos manejemos, es reconocer el marco legal en el que nos podemos mover con absoluta libertad.

La libertad es la posibilidad que tenemos de desarrollarnos como sujetos responsables de nuestros actos, que nos permiten asumir obligaciones y reclamar derechos que nos son naturales. De hecho, el Estado no otorga derechos, sino que los reconoce desprendidos de la propia naturaleza. Por ejemplo: el derecho a la vida, no es algo que nos concedan como una gracia. Es un derecho que se nos debe resguardar y proteger.

Así entonces podemos resumir rápidamente una unidad entre democracia-libertad y responsabilidad. Gracias a Dios logramos la democracia, gracias a Dios y a tantas personas que fueron capaces de demostrar que de la democracia no se puede salir jamás. No será absolutamente perfecta, pero sí es la mejor manera de representación del poder del pueblo, así llamada. Vivir en democracia es reclamar derechos y es también asumir obligaciones.

Vivir en una sociedad que nos ordena la ley, nos permite manejarnos con reglas claras, sabiendo hasta dónde podemos extendernos y cuál es el límite de nuestros actos. Negar el valor de las leyes, o sea, ningunearlas, es atentar contra la democracia, porque es despreciar el sistema que ordena el bien común. Borrar las leyes, o guiarse por reglas propias, es negar la igualdad que promueven para todos. De hecho eso es lo maravilloso. Bajo la ley, todos somos iguales, no hay distinción de condición social o título que se porte. Cumplir la ley nos involucra a todos, sin lugar a pedir concesiones. Nada más justo que eso.

Reflexionar sobre esto, querido lector, es una buena ocasión para descubrir el valor que los mayores tenemos en esta encrucijada histórica que vivimos como argentinos.

Y es también abrir los ojos ante los festejos que nos tocan atravesar como argentinos o como dolorenses. La adolescencia es el período en el que la conformación psicológica, emocional y social − del que hasta hace poco era niño − hace eclosión. La necesidad de búsqueda de ordenamiento, de reglas claras, de desafíos que le permitan saber hacia dónde dirigirse, se hace prioritaria. Ellos van de lleno contra una pared, buscando “romper” todas las pautas previamente establecidas. De hecho eso es la adolescencia: cuestionar todo, enfrentar la autoridad, rechazar los marcos de conducta impuestos.

Que ellos se manejen así, no nos tiene que sorprender. Su proceso de crecimiento se los demanda. Hasta es sano que así sea. El tema no son ellos, el tema somos los mayores. Ellos necesitan una “pared” con la cual enfrentarse. Alguien que les “marque la cancha”. Como cualquiera de nosotros, que necesita saber cuáles son las reglas dentro de la cuales podemos manejarnos, para saber a qué atenernos. Así le pasa a las relaciones humanas, a la economía, a cualquier contrato.

¿Qué ven ellos en nosotros, sus mayores? ¿Qué tienen delante, personas mayores de edad o adultos que dejan claras las reglas? Esto es lo que nos urge preguntarnos. Adultos, más que grandes. De esto se trata. Personas con actitudes previsibles, prudentes y discretas. Capaces de acompañar el camino que les toca transitar. Sabiendo que pueden tener a “quien les hace el aguante”. Pero que también “les marca la cancha” con reglas claras. Aquello de derechos y obligaciones, nada más ni nada menos.

Necesitan adultos que tengan en claro cuál es el rol y la función de cada uno. A los adultos nos toca algo distinto que a los adolescentes. El rol exige tener en claro cuál es la función. Confundir el rol es desorientar la función. Y ahí el que sufre es precisamente el más débil, el que no puede defenderse por sí mismo. Ocupar el rol de adultos permite que protejamos a los que no pueden por sí mismos y que velemos por sus derechos, si no son reconocidos por los demás. Eso sí, ser adultos es poner límites a los que no entienden qué significa vivir en democracia. Significa no tener miedo en hacer cumplir la ley. Porque hacerla cumplir es vivir en un estado de derecho. Pero para hacer cumplir la ley es necesario que previamente se deje en claro cuáles son los límites en los que “se juega el partido”, las rayas de la cancha. Si el árbitro y los jugadores no tienen en claro dónde se va la pelota, ¿Cómo será posible cobrar o sancionar a quien saca el lateral?

El desafío parece casi imposible. Pero entiendo que no tiene otra solución que reflexionar sobre el valor de la democracia. Descubriendo el rol y la función que tenemos los adultos. Y así poder ayudar a los adolescentes, guiarlos en un mundo − que vive, o que necesita − descubrir claramente las reglas. Para poder vivir en paz y en justicia.

No les tengamos miedo a los jóvenes. Solamente mostremos dónde están las líneas de la cancha. Y eso sí, no tengamos miedo a ser adultos que hacen cumplir la ley. Hacer cumplir la ley que ordena nuestra convivencia, es re democrático.

¡Hasta la próxima!

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