“En la naturaleza del hombre son tres las causas principales de la discordia. Primero, la competencia; segundo, la desconfianza; tercero, la gloria” afirmó el filósofo Thomas Hobbes en el siglo XVI.
Esto se refleja más que nunca en estos tiempos en los que es creciente la violencia en nuestra sociedad. Violencia en la calle, violencia dentro de las familias, en las escuelas, violencia con los más débiles, violencia y más violencia.
Vivimos sumidos en un clima de discordia y es hora de reflexionar y descubrir algunas pistas para “vivir” de una manera distinta. Nuestro autor citado es uno de los pilares de la teoría de la organización social, de cómo convivimos como sociedad. Dejemos que sus palabras nos iluminen y nos permitan pensar juntos.
La primera razón que señala es la competencia. Vivimos en un contexto de competencia tal que se nos ha instalado como común. Desde el auto a comprarse o hasta las modificaciones en las casas, todo es comparar y competir. Ni hablar de los viajes realizados, donde las fotos subidas al Facebook son la ocasión para sentir el “sabor” de querer superar lo visto. Quien comparte la vida en el trabajo, o en el mismo pueblo, es alguien con el que se compara constantemente. El otro se transformó de ser alguien que comparte mi vida, a ser alguien que cuestiona mi vida. Por lo que se compre o por lo que haga. El solo hecho de ver que cambió algo o se compró algo, me pone en tensión a conseguirlo, compararme y de ser posible, superarlo. Los niños esto lo viven a diario y los padres lo gastan a diario. Basta que un nene lleve al aula algún objeto nuevo para que salgan del colegio a pedírselo a sus papas. Van siendo modelados para comparar, competir y consumir.
La segunda razón que presenta es la desconfianza. Que es fruto de la competencia. Porque después de sentirse enfrentado por la comparación, surge la mirada de desconfianza. Quien comparte conmigo el ámbito cotidiano es alguien que dejó de ser un compañero y pasó a convertirse en un competidor. Este modo de relacionarnos nos lleva a que vivamos enfrentados. Su sola presencia es ocasión de recelo y de mirada reñida por la competencia. La desconfianza hace que se destruyan las relaciones personales. Que nadie pueda confiar en nadie. Por lo tanto es la razón que genera el clima de violencia. Con cualquier persona que nos cruzamos, la primera sensación es de mirarla con miedo. Y más si es de noche. Desconfiamos cada vez más porque tenemos miedo que nos lastimen. Dudamos de las intenciones porque ya nos hemos quemado muchas veces. Atacamos antes de dar una oportunidad. “Pegamos” antes de recibir. Por eso el prejuicio es la moneda corriente.
Estamos tan lastimados en los entramados de relaciones humanas, que dudamos de todo y de todos. Desconfiamos porque se nos ha instalado la costumbre de que el otro es alguien que me desafía y que pone en duda mis falsas seguridades. Alguien que cuestiona mi estatus. Alguien que miro constantemente para ver en que me quedé “fuera de moda”.
Por último nuestro autor presenta la gloria. Se desea tanto la aceptación del entorno, la benevolencia del grupo al cual se quiere pertenecer que se es capaz de hacer cualquier cosa con tal de llegar a ese “lugar”. Pertenecer a ese grupo selecto de participantes, estar en ese ámbito de concurrencia tiene costos muy altos. Entendemos la gloria como la posibilidad de ser el centro de atención y que todo gire alrededor de esa persona. “Pertenecer tiene sus privilegios”, dice la publicidad de tarjeta de crédito. Lo que no dice cuáles son sus costos.
La gloria también es la posibilidad de estar en la vanguardia de los avances materiales. Y lograr así, que toda competencia entre pares haya sido superada por la nueva adquisición. Alcanzar la gloria es una ocasión de violencia. Porque hay que llegar a ese lugar a costa de lo que sea. O lo que es peor, pisando la cabeza de quién sea. Quien sea capaz de interponerse en el camino de alcanzar la gloria, será objeto de enfrentamiento.
Esto que a los grandes es normal, para los chicos los ubica en un lugar de conflicto. Los lleva a vivir enfrentados. Relacionándose por los opuestos. Establecer lazos que se sostienen por la preposición “o” es peligroso y demasiado agresivo. Ya que excluye y separa. Es necesario descubrir la preposición “y” que incluye y no genera violencia. No es acertada la formulación “ellos o nosotros”, “yo o vos”. Es necesaria la expresión “ellos y nosotros”, “yo y vos”.
Aunque nuestro autor exprese esto desde la naturaleza humana, creemos y queremos vivir de una manera distinta. Queremos y necesitamos vivir sin buscar eliminarnos o enfrentarnos. Necesitamos descubrirnos como co-ciudadanos y dejarnos de ver como enemigos. Lo queremos y lo suplicamos.
La Iglesia ofrece cada día la plegaria a Dios que dice: “En una humanidad dividida por las enemistades y las discordias, tu diriges las voluntades para que se dispongan a la reconciliación (…) Con tu acción eficaz consigues que las luchas se apacigüen y crezca el deseo de la paz; que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza” (Plegaria Eucarística sobre la reconciliación II). Y también en la oración por la Patria decimos: “aborreciendo el odio y construyendo la paz”.
Cada corazón, cada familia y cada círculo de relaciones humanas, necesita ser renovado por la reconciliación. Para superar el enfrentamiento.
Le pedimos a Dios que nos ayude a mirarnos como ciudadanos que dependemos unos de otros. Para dejar de vernos como enemigos que compiten, que desconfían y que son capaces de hacer cualquier cosa por alcanzar la gloria humana. Cada uno de nosotros podemos aportar, en el lugar donde estemos, a convivir. No solo a sobrevivir.
¡Hasta la próxima!