El femicida Farré: “Si aparezco muerto es porque me ajusticiaron: no pienso suicidarme”

Condenado a prisión perpetua por matar de 66 puñaladas a su mujer en 2015, lanzó un contraataque judicial buscando la nulidad de la causa. Dice que se defendió de un ataque de ella, que sólo le hizo cortes superficiales y que la Policía terminó rematándola para robarle las joyas. En la cárcel padece desequilibrios psiquiátricos, los otros presos lo detestan por delator, y lo viven trasladando para proteger su vida.

“Te vamos a matar, gato. De acá no salís”, dice Fernando Farré (56) que escucha a menudo en su paso por los pestilentes “buzones” –celdas de aislamiento– de las distintas cárceles a las que lo van trasladando, como medida de seguridad para proteger su vida.

El ex gerente y CEO de marcas internacionales de cosméticos –que solía viajar a Nueva York, París, Madrid, Milán y Londres– vive casi todo el tiempo recluido, aterrorizado y apartado en calabozos individuales de 2 por 3 metros, destinados esencialmente a resguardar su integridad física.

Así es su existencia por haber sido hallado culpable y condenado a prisión perpetua bajo la carátula de “Homicidio doblemente agravado por el vínculo y femicidio” en 2017, por el crimen de su esposa y madre de sus tres hijos, Claudia Schaefer –de quien estaba separado–, ocurrido el 21 de agosto de 2015 en su casa del country Martindale, de Pilar. Según la autopsia y lo demostrado en el juicio, el ex perfumista le produjo 74 lesiones, de las cuales 66 fueron puñaladas o heridas punzocortantes.

Hace un par de meses, y por iniciativa de su actual abogado, Jorge Césaro, Farré emprendió un contraataque judicial ante la Corte Suprema bonaerense –ya que en 2018 el Tribunal de Casación Penal ratificó la sentencia–, diciendo sin tapujos que los cortes que le infligió a su mujer fueron superficiales y para defenderse, porque ella lo quiso matar, y que la terminaron degollando los policías que intervinieron con posterioridad al hecho, a quienes también acusa de amputarle dos dedos de una mano para robarle “dos anillos, uno de oro Cartier y otro de platino de Tiffany, además de un par de anteojos italianos de sol Salvatore Ferragamo, de 400 euros, un bolso Louis Vuitton que había en su BMW y ocho mil pesos de una de las habitaciones”.

No es todo. En la presentación también especula con que los uniformados se pusieron de acuerdo para inculparlo y mintieron en sus declaraciones ante la Justicia.

MANOTAZO DE AHOGADO. Para refrendar todo esto puso como testigo a su madre, María Antonieta Castro, quien afirma que Claudia atacó a su hijo, que él se defendió y que fue su nuera quien portaba los cuchillos.

Como si fuera poco, Farré denunció y pidió la remoción de las dos fiscales de San Isidro, especialistas en violencia de género, que actuaron en el caso, Carolina Carballido Calatayud y Laura Zyseskind, “por instigar a declarar falsamente y violar el derecho humano a interrogar testigos de descargo”.

En el ambiente tribunalicio aseguran que como está condenado a perpetua da los clásicos manotazos de ahogado para intentar conseguir algún beneficio, como la prisión domiciliaria o la nulidad de la causa, ya que su negación de la realidad y su falta de adaptación al sistema le hacen vivir una situación límite tras otra.

“BUCHE”. Su estada tras las rejas arrancó medianamente tranquila en la Unidad 46 de San Martín, donde cursaba el tercer año de Sociología. Allí, poco a poco estrechó relación con Ignacio Alfredo Pardo, más conocido como Naco Goldfinger, ex saxofonista de los Fabulosos Cadillacs, condenado en 2017 a ocho años en una causa por robo.

Todo marchaba bien hasta que, según Farré, Pardo le exigió una mensualidad para poder “continuar estudiando allí”, a lo que él se habría negado. A partir de eso, y siempre de acuerdo con el testimonio del ex ejecutivo, empezó a recibir ataques y amenazas: “Me quemaron con agua caliente y dijeron que yo me lo provoqué con la estufa. En una situación límite me salvó Carlos Colosimo (tío de Zaira y Wanda Nara, preso por una causa de abuso de menores).

Luego Pardo me extorsionó a mí y a mi familia. Llevaron a casa de mis padres dos marfiles, un reloj Hublot de 15 mil dólares y dos antiguas monedas de oro españolas. Pretendían que mis parientes las ofrecieran para reducirlas en Punta del Este, al igual que un cuadro de Rembrandt. Además, denuncié que Pardo Paso estaba urdiendo un plan para matar al fiscal Patricio Ferrari, de San Isidro”.

Consultado al respecto, Pardo Paso negó ante GENTE que todo esto sea cierto a través de su abogado, el doctor Juan Manuel Casolatti.”No sabe qué hacer y a quién vincular para intentar zafar de lo que le pasa, y cada día la embarra peor. Es una infamia”, asegura el letrado.

Y agrega: “Lo más grave es que una parte del Poder Judicial le creyó y eso generó una serie de allanamientos y violencia contra familiares intachables de mi cliente. Todo por una denuncia irresponsable, falsa de toda falsedad”. Lo cierto es que después de denunciar a otro convicto –algo inaceptable para los códigos tumberos–, Farré comenzó a ser trasladado para preservar su seguridad.

Al principio estuvo un tiempo en el pabellón universitario 6 –de los evangelistas–, donde hacía yoga con el Grupo Moksha –que lleva esa disciplina a las prisiones–. Allí había estricta prohibición de drogas como cocaína, marihuana, el conocido “nevado” –mezcla de ambas– y pastillas psiquiátricas, utilizadas por los presos para evadirse y atacar a otros, lo que se llama “desconocerse”. Un día en un aula, mientras cursaba Semiología –materia de la carrera de Sociología–, asegura que lo encerraron y le dieron un ultimátum: “Si no pagás la vas a pasar peor que mal”, parece que lo apuraron.

DE BUZÓN EN BUZÓN. Para preservarlo se puso en marcha un operativo de derrotero por diversas prisiones –La Plata, Dolores, Florencio Varela, General Alvear, Azul, Bahía Blanca, Lisandro Olmos–, casi siempre en “buzones” –celdas de aislamiento– de 3×2 metros, carentes de luz y con escasa ventilación, donde tampoco tenía acceso a elementos para afeitarse, como prevención de que atentara contra su propia vida o la de terceros.

Allí podía permanecer encerrado hasta 23 horas al día, a raíz de lo cual –según su abogado– “se potenciaron sus trastornos físicos y psíquicos crónicos: cardiopatía, dislipemia, hipertensión arterial, depresión, manías de persecución y ataques de pánico”. Esto ocasionaba nuevos traslados. Como no siempre se disponía de un vehículo para llevarlo a un hospital, los viajes eran parciales, como en postas, y Farré seguía recorriendo celdas de aislamiento hasta arribar al destino requerido para recibir asistencia. “Si aparezco muerto es porque me ajusticiaron: no pienso suicidarme”, dice él.

Su realidad indica que en la mayoría de las cárceles no lo aceptan ni los guardias ni los otros internos. Le roban la medicación, lo “bardean”. Para el Servicio Penitenciario Bonaerense no deja de ser un problema de difícil solución.

Los presos lo llaman el “matamujeres”, y además no lo pueden ni ver, porque consideran que es capaz de denunciar a cualquiera para salvarse. Lo consideran un “buchón”, léase vigilante, delator, alcahuete, acusador, informante, batidor. (Infobae).

Por Miguel Braillard

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