La historia de Jorge Ríos tomó relevancia a nivel nacional luego de se topó con los violentos asaltantes que lo molieron a palos, y a los que logró poner en fuga a balazos
En pleno fin de semana largo, la madrugada del domingo, la casa donde el herrero Jorge Ríos mató a un ladrón en 2020, volvió a ser el foco de un delincuente que intentó robar caños del medidor de gas, pero el hurto fue frustrado por los gritos del jubilado de 75 años.
La historia de Ríos cobró relevancia a nivel nacional el 17 de julio de 2020, cuando en la tercera intrusión que sufrió en una misma noche en su de Quilmes para robarle, se topó dentro de la casa con los asaltantes, que lo molieron a palos y a los que logró poner en fuga a balazos. El herrero mató a uno de los delincuentes y casi tres años después fue absuelto, luego de que la Justicia interpretara que había actuado en legítima defensa.
En diálogo con LA NACION, Ríos contó: “Tengo cámaras por todos lados, adentro y afuera de mi casa, puse un chapón en lugar de rejas, parece un búnker. Ahora vive conmigo un sobrino que es de las fuerzas de seguridad y también tengo una perra pitbull. Lo que pasó en la madrugada del domingo es que estaba mirando una película y me di cuenta de que este hombre venía caminando y ¡tácate!, paró en mi casa. Parecía marcada. Comencé a los gritos y solo lo cortó [al caño de gas del medidor], pero no se lo pudo llevar”.
“Uno no sabe cuál es la intención de esa gente. Estoy sin gas; menos mal que tengo termotanque eléctrico”, detalló el jubilado, y agregó: “Hicimos la denuncia. Primero llamé al 911 y, cuando pasaron con el patrullero, salieron de raje y doblaron en la esquina porque estaban intentando robar también el caño del medidor en otra casa que, como tiene un perro grande, también los alertó”.
Ríos se lamentó: “Ahora vamos a tener que estar preparados para que roben todo por el bronce y la plata. Tengo muy cerca el aguantadero de los que me robaron hace tres años y estos de ahora, a unos 180 metros de mi casa”.
Sobre si había sufrido algún otro intento de robo en estos tres años desde la noche de julio de 2020, recordó: “A veces, algún trasnochado pasa y grita algo, pero solo eso”.
Su hija Gabriela, en diálogo con LA NACION, agregó: “Esto sucede a menudo en el barrio. Cada cañito pesa entre 200 y 300 gramos. Con cuatro que roben, suman un kilo de bronce y lo venden por 20 o 30 mil pesos. Acá las sepulturas ya no tienen nada de bronce. También se roban los picaportes y porteros eléctricos”.
“En el barrio está ‘picante’ el tema. Durante el día dan vueltas y a la noche aparecen con una mochila. Sacan una pinza o un alicate. Muy rápido cortan el caño y se lo llevan. A uno reponerlo le cuesta 10 mil pesos, pero como es feriado, no pudimos hacer nada y mi papá está sin gas. Hoy, yo cocino en mi casa y luego se la traigo para que él la caliente”.
Una noche con tres entraderas y un delincuente muerto
Ríos todavía vive a menos de 200 metros de la villa La Vera, de Quilmes, donde tiene su guarida la banda que integraban Franco Martín Moreyra, Christian Javier Chara, Claudio Nicolás Dahmer y Martín Ariel Salto. Ellos ingresaron a la casa de Ríos dos veces la misma madrugada, a las dos y a las cuatro; a las cinco y media, Moreyra y uno de ellos volvieron a entrar. Mientras golpeaban al jubilado con patadas, trompadas y una púa, el hombre logró defenderse con un arma de fuego y mató a Moreyra, que tenía 26 años.
Como revela el propio expediente, los dos que escalaron el muro perimetral y se soltaron dentro de la vivienda de la calle Ayolas “comenzaron intimidarlo con un destornillador y tras causarle varias lesiones, en el dorso de la mano derecha, antebrazo derecho, codo derecho, muñeca derecha, en región pectoral y frontal, intentaron sustraerle bienes del interior de la propiedad, no logrando el desapoderamiento, atento la resistencia ofrecida por Ríos, actitud con la que consiguió poner en fuga a los asaltantes”.
En esa “resistencia”, Jorge tomó una pistola 9 milímetros que tenía para defenderse (ocho meses antes había sido víctima de una entradera) y disparó al bulto, con el solo objeto de defenderse de esos jóvenes corpulentos y ultraviolentos que lo estaban moliendo a golpes.
Como secuelas del ataque, en los últimos meses, el jubilado perdió gran parte de la movilidad de sus piernas y se mueve con un andador; ya estaba operado de columna, por una hernia de disco, y la mayoría de los golpes que le dieron aquella madrugada fueron ahí.
“Cuando disparé, adentro de mi casa, tirado en el piso, fue para sacármelo de encima porque me estaba matando. Acá adentro me pegaron una paliza terrible. Habían pasado por el techo de la vecina y pensé que le habían entrado en la casa. En un momento salí a la calle. No tuve la más feliz idea que ir a ver, y lo hice con el arma en la mano. Yo no sabía cuántos eran. Encuentro a este hombre tirado en la esquina… Yo estaba conmocionado, me habían reventado a palos… Pero el fiscal se encarnizó conmigo y me mandó a juicio”, recordó Ríos ante LA NACION en junio pasado.
Sobre los casi tres años que estuvo investigado y casi lo sientan en el banquillo, Ríos había contado a este medio: “Fue un camino a recorrer con los abogados [Fernando Soto, Marino Cid Aparicio y Martín Sarubbi], excelentes personas, y ni hablar de su calidad de trabajo, para la que no tengo más que mi eterno agradecimiento. Fueron tres años de manejarnos con una justicia que conmigo no daba el brazo a torcer. Primero, la prisión domiciliaria, que tuve que pasarla en otro lado, porque yo vivo a 180 metros de donde está la guarida de estos delincuentes que tienen más años en la cárcel que en sus casas. Después, el fiscal que seguía encarnizado con mandarme a juicio. Y vivir, después de eso, con la amenaza de esta gente, que ya salió de la cárcel y hoy pasan por la esquina de mi casa”.
Santiago Hafford – LA NACION