LA TROCHITA: UN RECORRIDO QUE DESPIERTA LOS ECOS DEL SIGLO XX

Hace casi un siglo, desde 1945, La Trochita, el Viejo Expreso Patagónico, surca la vasta estepa como un viajero eterno, reflejo vivo de la identidad del sur argentino. Este tren, venerable y querido, ha bordado con su noble porte los paisajes idílicos que enmarcan su angosta trocha de 75 centímetros, un rasgo distintivo que no ha hecho más que realzar su presencia imponente y dejar una marca indeleble en la historia de la región. Este tren no es solo una reliquia; es un contador de historias, un cronista que, con cada chirrido y bufido de vapor, revive un tiempo donde el progreso se vestía de hierro y vapor.

Desde 1945, cuando su silueta de hierro apareció por primera vez en Esquel, ha tejido un lazo entre la naturaleza y el hombre, engalanando con su presencia férrea y majestuosa las tierras patagónicas. En su juventud, las largas formaciones de vagones, cargados primero con mercancías y luego con sueños de pasajeros, fortalecieron la economía y la comunicación en la región. Hoy, lejos de perder su vitalidad, La Trochita se ha convertido en un guardián de recuerdos, un atractivo turístico que preserva intacta el alma de sus días de gloria.

Sus vagones y locomotoras originales de 1922 siguen dando cuenta de un tiempo pasado, como testigos mudos de un proyecto de país, pero también como testimonios de compromiso y superación. Declarado Monumento Histórico Nacional en 1999, La Trochita es uno de los cinco trenes de trocha angosta a vapor que aún circulan por el mundo, llevando consigo el eco de un siglo que se niega a desvanecerse.

CUANDO LA HISTORIA COBRA VIDA

La estación ferroviaria de Esquel se erige como un portal, un umbral que separa el presente del pasado. Al atravesar el paseo ferroviario, el visitante inicia un viaje pausado en el tiempo, donde cada paso lo adentra en una era lejana. En medio de la tecnología y las comodidades modernas, los antiguos faroles, el mobiliario de antaño, y los archivos periodísticos y fotográficos evocan los primeros años del siglo pasado. Cada objeto es un ancla que arraiga al visitante en un pasado palpable, invitándolo a ser no solo un espectador, sino un protagonista activo de esta travesía multisensorial.

Al abordar el centenario vagón de madera, de origen belga, se ocupa un asiento en los bancos también de madera que, sin lujos, ofrecen autenticidad. No hay altavoces ni pantallas digitales, solo el sonido de las campanadas que el guarda hace resonar desde el andén, señalando el inicio del viaje. Una densa nube de vapor se alza desde la legendaria locomotora, impregnando el aire con su esencia, mientras el silbido del tren se entrelaza con el repiqueteo rítmico sobre los rieles y durmientes de la trocha angosta, abriendo la puerta a una experiencia cargada de magia.

El guarda se acerca para marcar los boletos, su presencia evoca el ritual de otro tiempo. En el centro del vagón, una salamandra sigue cumpliendo su labor, calentando el ambiente en las épocas de frío y llenando el aire con el característico aroma de la madera al contacto con el fuego. A un lado, la ventana actúa como un puente entre el interior y el exterior, un matrimonio perfecto entre la profundidad de la naturaleza y la majestuosidad del tren, que avanza con calma pero con firmeza hacia la estación de Nahuel Pan.

Durante el trayecto, quienes están a bordo pueden recorrer y explorar la formación, cruzando de vagón en vagón a través de puertas que rechinan con el paso del tiempo. Mientras el tren se mece al ritmo de la trocha angosta, los sonidos del viaje se entrelazan: murmullos en distintos idiomas, mezclados con las conversaciones de turistas nacionales, crean un mosaico multicultural que refleja la diversidad de quienes vienen a experimentar este monumento nacional. Al llegar al comedor, el visitante se acomoda en una de las mesas mientras el paisaje natural se despliega ante sus ojos como un desfile de postales paradisíacas. Saborear un chocolate caliente acompañado de un roll de canela, y en una de las más de 40 curvas del recorrido, se vislumbra la locomotora desafiando el viento, atravesando la nube de vapor, ofreciendo una imagen digna de una película que busca en el horizonte encontrar las sombras de los bandoleros Butch Cassidy y Sundance Kid.

Luego de una hora de la partida, el tren llega a su destino: la estación de Nahuel Pan. El tiempo de espera, unos 45 minutos, permite acondicionar la formación para el regreso a Esquel, y brinda la oportunidad de sumergirse aún más en el pasado ferroviario, visitando el museo que expone la cultura mapuche-tehuelche antes de emprender el viaje de vuelta.

El circuito actual es una versión condensada de un recorrido que en su totalidad abarcaba más de 400 kilómetros, atravesando puentes, túneles y más de 600 curvas. Es una muestra viva de la ingeniería y tecnología del siglo pasado, donde la geografía se moldeaba a fuerza de ingenio y los recursos naturales se aprovechaban al máximo. Desde la ventana, al observar los rieles, es imposible no admirar el esfuerzo titánico que significó su construcción, realizada íntegramente a pico y pala. Toda la experiencia es un homenaje al concepto de “progreso”, un ideal que tomó forma de diversas maneras y que, en Esquel, aún se puede “vivir” a través de La Trochita.

EL REFLEJO DE UN IDEAL HECHO SENTIMIENTO EN LA PATAGONIA

El ferrocarril ha sido un pilar esencial en el tejido de la nación. En el sur, la extensión del ramal que buscaba conectar con Buenos Aires permitió la comunicación entre regiones aisladas, abriendo caminos en un territorio que carecía de otras opciones. Desde sus primeros días, muchos pueblos se entrelazaron con su desarrollo, y a medida que la decadencia llegó en los años noventa, también lo hicieron las dificultades para estos asentamientos. Sin embargo, la sociedad local, incluso frente a decisiones gubernamentales adversas, y con el apoyo de la gestión provincial, se alzó para preservar este baluarte. La Trochita no solo ha atravesado la vasta geografía patagónica, sino que ha dejado una huella imborrable en el corazón de su gente.

Hoy en día, un tren con más de cien años sigue avanzando con altivez y majestuosidad sobre sus vías originales. Cada tablón de los vagones, cada caldera, y cada engranaje de las locomotoras cuentan una historia de amor y dedicación. Los artesanos que mantienen las piezas centenarias originales o crean réplicas exactas están movidos por una herencia que, en algunos casos, pasa de generación en generación. Este profundo sentido de pertenencia y respeto infunde a La Trochita un carácter especial. No se trata solo de viajar en un tren antiguo, sino de experimentar el legado vivo de una tradición que sigue siendo guiada por el respeto y la pasión de quienes lo mantienen en marcha.

MÁS QUE UN MUSEO, UN PORTAL PARA VIVIR LA HISTORIA

El Viejo Expreso Patagónico es mucho más que un tren; es una puerta abierta a un viaje en el tiempo. Es una invitación a trasladarse a épocas pasadas, a experimentar el trayecto tal como lo hicieron hombres, mujeres y niños en tiempos en los que solo este tren era su medio de desplazamiento. La Trochita encarna un período y una visión que, cargados de la pasión y el esfuerzo necesarios para su construcción y funcionamiento, siguen vivos en cada viaje. Aunque las circunstancias han cambiado, el espíritu que rodea a La Trochita mantiene la esencia de su legado, ofreciendo una experiencia única.

Con salidas programadas en septiembre los días sábados a las 10 de la mañana, durante octubre y noviembre amplía la cantidad de días. La Trochita brinda un recorrido que va más allá de un simple trayecto. Avanzando por los faldeos de los cerros que abrazan la ciudad de Esquel, el viaje se convierte en una inmersión en un pasado envuelto en un etéreo velo romántico, lleno de historias, leyendas y anécdotas que cobran vida en cada curva y cada estampa del paisaje.

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