– Columna del P. Maxi Turri –
Miramos a la iglesia. Vemos lo que sale en la televisión. Nos dejamos llevar por experiencias de otras personas. O fundamos nuestra percepción por las vivencias negativas que nos han tocado transitar. Así vamos transmitiendo a las generaciones pequeñas una imagen de la iglesia como una especie de super potencia en la que el poder humano prevalece como la medida que hay que conservar. Y de ahí que se vea a los ministros como agentes de control. De esa manera se ve a cualquier persona que forma parte de la iglesia católica. Como miembro de una sociedad de poder, oscura y misteriosa.
¡Que poco conocemos de tantos católicos que viven su fe en medio de persecuciones o matanzas! Nos pasa desapercibido el testimonio de tantos que anónimamente sostienen la fe católica sin propaganda más que la entrega de su propia vida por lo que creen. De tantos testimonios recogemos el del padre Christian, que junto a seis monjes trapenses fueron masacrados en mayo de 1996 en Argelia, por un grupo de fundamentalistas islámicos. Pocos días antes, cuando el trágico fin era una de las posibilidades cada vez más inminente, el mismo prior Christian había escrito un testamento espiritual que permanecerá como una de las expresiones más sublimes de testimonio cristiano. Parte de su testamento, que se conserva, dice así: “llegado el momento, querría tener ese instante de lucidez que me permitirá pedir el perdón de Dios y el de mis hermanos en humanidad, perdonando con todo el corazón, al mismo tiempo, a quien me hubiera golpeado”.
Él no quiere que de la posible muerte suya y de sus hermanos sea inculpado todo el Islam o el pueblo argelino. Tampoco quiere que la culpa caiga sobre el ejecutor material de la misma, “sobre todo si dice que actúa en fidelidad a lo que cree que es el Islam”. Y concluye, dirigiéndose directamente a quien quizá un día se encuentre delante con un puñal: “también a ti, amigo del último instante, que no sabrás lo que haces, sí, también a ti quiero decirte GRACIAS y este A-DIOS, en cuyo rostro te contemplo. Que se nos conceda encontrarnos de nuevo, ladrones llenos de alegría, en el paraíso, si lo quiere Dios, Padre nuestro, Padre de ambos. Amen”
El prior Christian fue asesinado junto a sus seis hermanos de comunidad. Ellos permanecieron junto al pueblo donde habitaban. Padecieron la muerte de mano de fundamentalistas que quisieron callar su testimonio. Y no hicieron otra cosa que perpetuarlo, multiplicarlo en la distancia y en el tiempo.
Quise compartir el testimonio de alguien contemporáneo, para traer a imagen un ejemplo concreto. Pero esto mismo se puede replicar a la cantidad de cristianos. Católicos o no, que son arrestados, torturados y asesinados simplemente por confesar a Jesús como Dios y Señor. Es una locura para nosotros eso. Pero es necesario que descubramos la inmensa cantidad de personas que son capaces de vivir hasta el extremo el testimonio de fidelidad.
Solo cuando podemos reconocer testimonios como los del p Christian podemos llegar a ver de qué se trata ser cristianos. O cuál es el poder que la iglesia tiene. El verdadero poder pasa por la capacidad de imitar a su Maestro y Señor. Nada ni nadie puede frenar la fuerza de un testimonio de amor semejante. Querer mirar a la iglesia con una mirada tan limitada como la que los medios de comunicación muchas veces muestran, donde solo aparecen las pequeñeces humanas, es reducirla a una institución más.
Solo cuando somos capaces de conocer algo más y descubrimos la infinidad de testimonios semejantes, somos capaces de mirar qué es la iglesia. Que éste texto nos ayude a valorar a tantos contemporáneos que viven en este momento la persecución por la fe. Y que son capaces de ofrecer sus vidas por nosotros. Reconocer sus vidas es una manera de poder reconocer a la iglesia en su identidad más propia. Capaz de generar en sus hijos, la capacidad suprema de la caridad. Amar a los propios enemigos.
Miremos a la iglesia con todas sus manchas. En ella estamos nosotros y nuestros pecados, por eso no nos escandalizamos de su rostro menos bello. Pero no dejamos de mirar a sus hijos más luminosos. Aquellos que nos llenan de orgullo. Aquellos que reflejan el amor de Dios revelado en Jesús cuando dijo: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian”
¡Hasta la próxima!