Cuando la diversión ya no da risa

Con pedido de publicación por Verónica Meo Laos.

-Carta abierta acerca de los desmanes en la Escuela Normal-

«Es cierto que una política eficaz es siempre un arte de lo posible. Pero no es menos verdad que, a menudo, lo posible sólo puede alcanzarse yendo más allá, para alcanzar lo imposible».

La cita de Max Weber para abrir esta carta abierta viene a propósito de la ética de la responsabilidad, es decir, considerar las consecuencias de las decisiones posibles y tratar de introducir en la trama de los acontecimientos un acto que culminará en ciertos resultados o determinará ciertas consecuencias que deseamos. La ética de la responsabilidad interpreta la acción en términos de medios y fines. O en palabras más sencillas, equivale a hacernos cargo de lo que hacemos o dejamos de hacer.

Lo ocurrido en la Escuela Normal hoy a la mañana reclama un análisis amplio que, antes de hallar culpables nos invite a comprender y a individualizar las responsabilidades y a tomar caminos de diálogo que propongan soluciones sostenibles en el tiempo.

Pero, primero, es importante desnaturalizar determinadas prácticas que, peligrosamente, se vuelven día a día cotidianas, una de ellas es la diversión y el desborde como sinónimos. Por qué la celebración por haber egresado de la Secundaria debe ser equivalente a romper, emborracharse, en fin, dañar y dañarse.

Hoy a la mañana un reguero de sangre de una joven que había intentado ingresar por la fuerza a la madrugada junto a las huellas del matrato a animales que en una suerte de ritual de paso, inmolaron para celebrar el final del ciclo lectivo. ¿Celebración o conjuro?

Cito la ética de la responsabilidad para intentar hallar sentido a una serie de acciones que concluyeron en los actos de destrozos y vandalismo en una escuela y, cuya consecuencia terrible fue una joven lastimada. Por supuesto que hablamos de responsables directos, aquellas personas que tiraron petardos, que arrojaron piedras desde afuera de la escuela hacia un aula y que pusieron en riesgo a otros alumnos que estaban estudiando, los que maltrataron animales dentro del establecimiento, los que violentaron la entrada y provocaron desmanes. Ellos son responsables de lo que hicieron y deberán hacerse cargo de las consecuencias de sus actos. Ahora bien, si tomamos distancia del hecho puntual, la trama de responsabilidades se amplía y urge que cada actor social haga lo mismo, asuma la responsabilidad que le toca y actúe en consecuencia para evitar repetir situaciones de riesgo y destruir cada vez más la de por sí tan débil trama social.

Qué pasa con las autoridades de la Escuela Secundaria Nro 4, con los docentes, con los adultos que formamos parte de esa organización. ¿Hemos trabajado con los jóvenes para responsabilizarlos, hacerles ver que debemos cuidar los lugares que habitamos, que los lugares donde estamos son lugares vividos y que cada uno de nosotros estamos de paso en ellos y, por eso mismo, tenemos la obligación de quererlos, de cuidarlos y preservarlos porque los que vendrán detrás nuestro tienen el mismo derecho e idéntica responsabilidad para habitarlos, disfrutarlos, cuidarlos?

Qué pasó con el Estado, dónde estuvo para evitar los desmanes. ¿Cómo es que los uniformados en distintas gamas de azules que pueblan las esquinas del centro de Dolores no hayan visto ni escuchado los vidrios rotos ni los desmanes? Nadie escuchó nada, nadie vio nada.

No se trata de criminalizar a los jóvenes ni de diluir las responsabilidades excusándonos en que la sociedad está cada vez más violenta. Sí, lo sabemos. Y qué estamos haciendo al respecto.

No sabemos hacia dónde va la sociedad, pero sí nos queda la palabra. Que lo que hoy pasó no se diluya en el fin de semana largo.

Por favor, no ocultemos una vez más la tierra bajo la alfombra.

La violencia es muda y, afortunadamente, todavía nos queda la palabra.

Hablemos, hablemos mucho y propongamos salidas, soluciones porque están, existen y son reales.

Depende de todos nosotros hallarlas. Lo imposible está mucho más cerca de lo que creemos, quizás delante de nuestros ojos.

Verónica Meo Laos

Docente y madre

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