Por Rodrigo Bentaberry.
La noticia de la muerte de Fidel Castro entraña un profundo análisis histórico, no es una muerte más, sino la de quien recibió un protagonismo estelar dentro del concierto de líderes mundiales en el siglo XX. El mundo que dejó no es aquel que lo tuvo en el candelero como referente, personalidad e incluso estratega, es uno muy distinto pero igualmente desigual, corrupto, falto de justicia y libertades. Su muerte encierra grandes dilemas no sólo por el futuro de Cuba ,sino que entraña la misma impronta filosófica de una muerte contracultural, de esas que no se pueden definir contemporáneamente y de las cuales sólo la noche de los tiempos juzgará.
Todo personaje histórico trascendente, es esencialmente épico, y sus actos son usualmente cargados de bondades y defectos, algunos unen, otros dividen y muy pocos son indiscutibles; existe también un misticismo romántico que conlleva a exagerar lo moderado, haciendo recrear virtudes inexistentes. La humanidad está en constante evolución, la republica no es la de Platón, ni el socialismo es el Hegel, Marx, ni Engels, existen nuevos caminos, nuevas concepciones ideológicas, culturales y políticas, si esto no fuera así no responderíamos a nuestro verdadero sentido de la existencia, a la misión que el hombre tiene en la función misma de la creación.
Los pueblos al igual que los hombres, necesitan de otros bienes y tienen otras pretensiones, aunque la carrera no sea igual para todos los habitantes del planeta, el sentido del pensamiento no está orientado hacia la uniforme e incólume idea de que el mismo sea único, puesto que ello encierra claramente un determinismo al que el hombre está llamado a cuestionar, si así no fuera no podríamos haber dominado el fuego, creado lo bello o destruido nuestro propio entorno. El hombre es ángel y demonio ; es filosóficamente lo que Nietzsche consideraba su propia crisis ,el hombre es su revolución.
Entre la china de Mao o la Vietnam de Ho Chi Minh y la actual, existe una diferente concepción de lo social, del estado de bienestar, de lo que hace a las naciones seguir el progreso. Esa variable, ese motor de los tiempos, es la libertad, un derecho humano básico que no puede depender de los que otros entienden por ella, porque la libertad es necesariamente sostenible desde su concepción ontológica, algo que el siglo XX pareciera haber cuestionado al hombre.